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Por Ricardo Ravelo

CDMX.- Cada sexenio se pone en marcha una nueva política para enfrentar al crimen organizado, pero al transcurrir los seis años de gobierno el resultado siempre ha sido un gasto excesivo en el “combate” a la delincuencia y lo frustrante para la sociedad es que la delincuencia sigue de pie generando violencia e inestabilidad en el país.

Desde el sexenio de Ernesto Zedillo a la fecha, el combate al crimen ha resultado un fracaso. Los cárteles se han fortalecido y poco a poco han ido penetrando la estructura de poder. Actualmente muchos criminales ya son alcaldes, diputados, senadores y algunos ya fueron o serán gobernadores por voluntad de los mafiosos.

Peor aún, la violencia no ceja, por el contrario, entre grupos criminales se siguen disputando rutas y un boyante mercado a sangre y fuego. La saña no se detiene. El país vive una guerra sin tregua que en muchas zonas se ha convertido en un territorio invivible porque el terror taladra las conciencias.

No es todo: La corrupción ha llegado a niveles insospechados y no existe, por ahora, ningún plan para detenerla. Los gobernantes se han coludido con el crimen y ambos constituyen una simbiosis casi indestructible. Son los dueños del territorio y sólo su ley se impone.

Todo indica que ha llegado la hora de pensar en la despenalización de las drogas como una forma de desactivar la corrupción y así poder bajar los niveles de violencia. La política represiva, puesta en marcha con tanto énfasis a lo largo de muchas décadas, resulta un modelo agotado. Jamás dio resultados. El proyecto más agresivo fue el que puso en marcha Felipe Calderón y resultó un rotundo fracaso. Todavía la sociedad se sigue preguntando qué fue lo que Calderón combatió, esto debido a que los cárteles terminaron más fortalecidos y hasta se internacionalizaron.

El gobierno de Estados Unidos se empeñó en mantener esa política represiva –incluso se llegó a criminalizar el consumo de drogas por encima de las libertades individuales y a los propios consumidores se les tachó de criminales –lo que resultó un fiasco en todo el mundo porque jamás frenó el problema de la violencia.

En una conferencia reciente, dictada en el Colegio de México, la virtual secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, anunció que durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador se abrirá un amplio debate nacional con miras a despenalizar las drogas. No explicó, por ahora, si se trata de no penalizar el consumo de algunas drogas o de todas las drogas, como ahora ocurre en Portugal, por ejemplo, donde el consumo de la totalidad de las drogas existentes en el mercado es libre.

En Estados Unidos –donde a principios del siglo XX el consumo de cocaína era libre y hasta se vendía en farmacias exclusivas –ahora ha optado por despenalizar el consumo de marihuana. En veinte estados de la Unión Americana el consumo no está penalizado y ahora resulta que el Estado norteamericano gana más impuestos porque cobra a las empresas encargadas de producir y vender marihuana.

En aquellos tiempos –finales del siglo XIX y principios del XX –la cocaína era tan común que había un refresco, la coca Cordial, que contenía cocaína. La Coca cola contenía cocaína hasta 1905, después la sustituyeron por cafeína, cuando el gobierno norteamericano prohibió el consumo de cocaína al dar inicio la prohibición de las drogas en el mundo.

Cada país ha enfrentado el problema del crimen y del consumo de drogas con base en sus propios recursos y cultura. En España, por ejemplo, una de sus ciudades más importantes –Barcelona –compite ya con Amsterdams por el título de la Meca de los fumadores de cannabis. En España el autocultivo no está criminalizado y quienes cosechan la marihuana pueden formar colectivos cannabicos sin fines de lucro.

En diversos medios de comunicación se ha difundido la información de que los clubs de cannabis están ganando popularidad especialmente en Barcelona y se estima que la ciudad se convertirá próximamente en un destino obligado para quienes deseen fumar marihuana sin vérselas con la policía. Los clubes también están ofreciendo todo tipo de productos y servicios asociados a la cultura cannabica, como comida, bebida, música y ejercicios. En suma, sí hay lucro, pero también hay libertad.

En Portugal el panorama es distinto. A diferencia de otros países que sólo liberaron el consumo de marihuana, este país europeo se la jugó con todo y liberó el consumo de todas las drogas. Es el país que más riesgos asumió cuando su gobierno decidió, en 2001, descriminalizar la posesión de todo tipo de drogas, incluyendo la marihuana, cocaína, heroína y metanfetaminas.

En el modelo lusitano, las drogas siguen siendo ilegales, pero los consumidores no son tratados como criminales sino como pacientes en tratamiento médico. Al retirar los cargos criminales por uso de drogas, Portugal financió los recursos necesarios para tratar la drogadicción. Esto quiere decir que un adicto al Crack, por ejemplo, terminaría en una clínica en lugar de ir a prisión. Lo humano por encima de la criminalización.

Un alto funcionario portugués, responsable nacional de sustancias ilícitas y presidente del Centro Europeo de Monitoreo de Drogas y Drogadicción, escribió recientemente que “aunque los críticos de la ley afirmaron que las ventas se incrementarían, éstas no se han incrementado. Hemos visto reducciones significativas en infecciones de VIH –dijo –y sobredosis, así como un incremento sustancial de nuevos pacientes buscando tratamiento de rehabilitación.

En Canadá el panorama es otro. A pesar de que la cannabis no es legal para consumo recreativo, el país cuenta con un enorme programa corporativizado de mariguana medicinal. Cerca de veinte empresas satisfacen la creciente demanda a nivel industrial. Pese a esto, los pacientes no pueden cultivar su propia marihuana.

Las leyes canadienses probablemente tomaron en cuenta el potencial curativo de la cannabis al regular su consumo, pues también se llevan a cabo esfuerzos para investigar sus efectos en un contexto de investigación.

Canadá, según datos consultados, tiene una industria de marihuana medicinal con valor de 40 millones de dólares anuales, además de promover activamente programas de investigación sobre los beneficios médicos de la cannabis en el tratamiento del cáncer, traumas psicológicos y adicción a otras sustancias.

Islandia es uno de los países más avanzados del mundo. Posee una de las poblaciones más altas cuyos títulos académicos alcanzan niveles de doctorado. Este país también tiene otro alto nivel mundial: es el territorio donde se fuma más marihuana. De acuerdo con un reporte de Naciones Unidas sobre uso de drogas y criminalidad, el 18.3 por ciento de la población islandesa consume cannabis. (Islandia tiene una población de 335 mil 346 habitantes) A pesar de que la marihuana técnicamente es ilegal en el país, Islandia no penaliza gravemente su consumo ni tiene un estigma social –como ocurre en México – tan puritano como otras sociedades occidentales respecto al acceso al ocio. Tal vez por eso hayan sido considerados uno de los países más felices del mundo.

Cuando se piensa en fumar marihuana el país que salta a la mente es Holanda y, particularmente, la ciudad de Amsterdams. Fue de los primeros en liberar el consumo de algunas drogas. Cabe decir que la marihuana aún es ilegal en Holanda. El gobierno, sin embargo, es extremadamente tolerante al consumo público y a la posesión de pequeñas cantidades, lo cual está descriminalizado. Dos millones de turistas visitan la ciudad para asistir a los legendarios cafés de fumadores –donde irónicamente no se puede fumar tabaco –lo que abona a una importante derrama económica para el turismo.

En América Latina el primer país que legalizó el consumo de marihuana fue Uruguay. Esta nación sudamericana decidió inaugurar por sí mismo una nueva etapa en la historia de las Américas contra sus propios prejuicios al echar a andar una industria de marihuana medicinal que ofrecerá plantas a precios extremadamente bajos, lo cual, según las previsiones gubernamentales, dejará a los cárteles del crimen organizado sin margen de ganancias.

En Corea del Norte, por su parte, la marihuana ni siquiera está considerada una droga y puede vérsele crecer como hierba silvestre al lado de la calle. Y aunque el gobierno impone penas severas a la distribución y consumo de drogas como Meth, la gente fuma marihuana con mucha ligereza, libertad y sin ataduras ni prejuicios.

Ahora que Sánchez Cordero abrió el tema en el Colegio de México, sería interesante conocer la experiencia de estos países. Es claro que estas naciones superan a México en educación y han avanzado porque han dejado de ver este asunto con prejuicio. La despenalización de las drogas tiene muchos beneficios: bajan los niveles de consumo y además generan ganancias por concepto de impuestos.

No se sabe si esta medida, al menos en México, bajará los niveles de violencia. Cabe decir que los cárteles mexicanos no sólo trafican con drogas. Estos grupos criminales ya se adelantaron una década a estas medidas liberales. Los cárteles operan con 25 tipologías delictivas. Si las drogas se legalizan, les quedan otras actividades tan perniciosas como el tráfico de sustancias: la trata de personas, el tráfico humano, la venta de protección, el control de giros negros, el lavado de dinero, el contrabando, entre otras.

También desactivaría las redes de corrupción que actualmente son muy sólidas en la protección del narcotráfico, pues esta actividad no opera sin cobijo oficial. Esto constituye todo un reto para López Obrador, pero todo indica que está dispuesto a enfrentarlo.