EDUCAR PARA PROGRESAR

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EDUCAR PARA PROGRESAR

Por Francisco Ruiz*

 Educar no es lo mismo que formar. Parecería algo fácil de comprender, sin embargo, desafortunadamente no lo es. Cómo decían mis maestros en la primaria: “para estos casos, lo mejor es el ´tumbaburros´ (es decir, el diccionario)”.

Así, tenemos que la palabra “educar” se concibe como: “Dirigir, encaminar, doctrinar”; también como: “Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc.”, y se utiliza para: “Enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía”. Educación es: “Crianza, enseñanza y doctrina que se da a los niños y a los jóvenes”.

Para tener una comparación precisa, tenemos que “Formar” es: “Preparar intelectual, moral o profesionalmente a una persona o a un grupo de personas”. El término “instruir”, también nos sirve para contrastar ambos conceptos y se interpreta como la capacidad de: “Comunicar sistemáticamente ideas, conocimientos o doctrinas”. “Enseñar” es: “Instruir, doctrinar, amaestrar con reglas o preceptos”; mientras, “Ilustrar”, significa: “Dar luz al entendimiento”.

Con estos antecedentes queda en claro que educar no es un sinónimo exacto de formar o instruir, porque la educación se recibe desde los primeros pasos, durante el desarrollo primario de los menores; en casa, por y con su familia.

Aunque para las generaciones que convergemos actualmente sólo ha existido la Secretaría de Educación Pública (SEP), ésta tuvo tres antecedentes directos: el Ministerio de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública en 1821, la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública en 1867, y Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1905. Ya en ésta última etapa se vislumbraba una ruta mucho más definida de los alcances que tendrían las políticas públicas que se aplicarían durante el siglo XX, por medio de la SEP cuyo primer titular fue José Vasconcelos.

Sin embargo, y muy a pesar de quienes sienten una animadversión injustificada hacia el Porfiriato, la Secretaría cuya creación fue impulsada por Justo Sierra, aquél célebre que dijera que: “México es un pueblo con hambre y sed. El hambre y la sed que tiene no es de pan; México tiene hambre y sed de justicia”, fue, desde mi óptica, la más cercana a las necesidades del pueblo nacional dado que no absorbió totalmente la responsabilidad de heredar mejores generaciones, sino que se encargó de instruirlos desde la perspectiva de la profesión, más no de la civilidad, ni del humanismo. No sustituyó la obligación de los padres para educar a sus hijos, sino que la complementó en un ámbito, en muchas ocasiones, desconocido por los progenitores.

Basta recordar que, durante el siglo XX, nuestro país enfrentó el enorme reto de la alfabetización y, posteriormente, la incorporación de los niños y adolescentes a los distintos niveles de estudio. En pocas palabras, pasar de la improvisación al método, fue todo un desafío. Afortunadamente, en tiempos recientes las oportunidades de cursar estudios medio superior y superior han incrementado considerablemente. Sin embargo, el progreso no sólo se basa en el conocimiento técnico, sino en la formación integral de la persona.

“Los valores se aprenden en casa”, escuché muchas veces decir a mis abuelos. Es cierto. La educación se mama, se aprende con el ejemplo, se imita. Por ello, retomar el principio fundamental de la educación en nuestros hogares es la piedra angular para la reconstrucción de cualquier sociedad. Son los cimientos de la vida colectiva que proyectamos a futuro. Enajenarnos de nuestro derecho y deber de educar mejores seres humanos nos privará de mejores ciudadanos y, por tanto, una mejor sociedad, un mejor México. Soy un convencido: educar es progresar, y para eso no hay edad.

 

Post scriptum: “Los mexicanos aprendemos del fracaso”, María Félix (La doña).

*El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).

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