Joker: Folie à Deux, ¿por qué fracasó?

Por América Garibay Martínez

Ni siquiera un mes después de su estreno, Joker: Folie à Deux –protagonizada por Joaquín Phoenix y Lady Gaga, dirigida por Todd Philips– está siendo retirada de cines y lanzada a plataformas digitales este 29 de octubre, después de haber fallado en taquillas (recaudando solo $191 millones de dólares, contra su presupuesto de casi $200 millones), y haber recibido críticas casi exclusivamente negativas tanto por los críticos como por audiencias.

Esto es un exagerado contraste al éxito de la primera entrega y fue una sorpresa para muchos, así que uno no puede evitar preguntarse qué es lo que salió mal.

Tras un análisis, el problema más grande con esta película no es que existe, o su ciertamente mediana ejecución; pero la manera en que su concepto y temas principales se perdieron en el proceso del consumo de esta– aunque eso en realidad no depende de sus creadores.

Porque sí, hacer una segunda película no era precisamente necesario, y como previamente mencionado, pudieron haberla hecho mucho mejor.

Sin mencionar como falló en su mayoría como musical (lo cual sin duda es una oportunidad desperdiciada, ya que algo así siempre quedaría bien con cualquier Joker, pero especialmente con esta historia en particular); sin embargo, defectos a un lado, la secuela no solo se mantuvo consistente con la primera en cuanto a narrativa, sino que se asegura de reafirmar todo lo que había establecido; la mayoría de lo cual parece el público general no se percató.

Así que, desde una perspectiva técnica y olvidando la subjetividad de las preferencias personales: ¿qué hizo bien en realidad esta película –tanto por sí misma como una extensión de la primera– y qué vale la pena criticar?

Primero hay que recordar que, desde un principio, Todd Philips describió su versión de Joker como un estudio de personaje realista y alternativo, sin relación a ninguna película del DCU.

Aunque con el avanzar de la historia, se hizo evidente que, no solo Arthur Fleck fue meramente inspirado en Joker, pero se usó el concepto –que, a pesar de ser ficticio, ya está de por sí ligado a los temas mencionados a continuación– como medio para hacer una crítica a la estigmatización y opresión de los enfermos mentales y discapacitados, así como para exhibir la realidad fundamental de vivir con estas condiciones en un mundo tan hostil.

Esencialmente, “El Guasón”, pero sin la típica ficcionalización y glamorización de la enfermedad mental que le permite ser de todos modos el príncipe payaso del crimen; una mente maestra poderosa y un respetado símbolo de anarquía, en vez de una víctima en el sistema.

Sin embargo, con el estreno de la primera entrega en 2019, la mayor parte de esto fue percibido superficialmente o simplemente malinterpretado por muchos fans.

A pesar de todo fue observada a través del lente de una película de acción/comic, y mucho del enfoque fue dirigido al espectáculo y la violencia (los efectos), pero dejando de lado las escenas más lentas, el subtexto y los momentos explicativos clave (la causa), aquello que, de hecho, es lo más relevante, en especial en una historia de este género (un thriller psicológico-drama).

Es por esto que se crearon expectativas erróneas acerca de donde nos llevaría la secuela.

La cosa es que, en cuanto a narrativa, Folie à Deux es el único escenario que lógicamente hubiera ocurrido post-Joker 1; sin importar que se nos mostrara o no.

Claro, pudieron haber cambiado la dirección de la película abruptamente en el nombre de fan service y éxito taquillero garantizado, pero eso no habría tenido sentido dentro de historia e iría en contra de su propósito.

Así que, no teníamos que verlo en pantalla como tal, pero está bien que lo hicimos pues todo fue coherente.

De una manera, esta secuela aprovechó que, de entrada, estaba siendo hecha, para ser más explícita con su mensaje central y cerrar el ciclo, adaptando una cualidad directa, casi “meta” que la primera película no tenía– haciendo el contraste entre lo real y falso más marcado, ambos con las exageradas alucinaciones musicales de Arthur y el diálogo directo y expositivo que muy seguido se siente dirigido tanto a los personajes como al espectador; ayudando a este último a cambiar de punto de vista y en verdad sentirse como cualquier otro de los personajes, viéndolo todo desarrollarse como lo que realmente es, mientras las capas de ilusión, –las de Arthur, Lee y la audiencia– incluyendo la identidad de Joker en sí llegar al pico más alto y luego empezar a desaparecer.

Las de Arthur claramente siendo como logra ver las cosas con claridad, llegando tanto a la aceptación propia como la de su situación; entendiendo todo lo suficiente para finalmente poder tomar decisiones sobre sí mismo y abandonar los extremos mecanismos de defensa que había desarrollado desde la niñez y a los que se había aferrado para poder sobrevivir.

Mientras que los espejismos de Lee Quinzel (la Harley de Gaga) y el espectador son un reflejo el uno del otro, y se empiezan a desvanecer al darse cuenta las formas en que malinterpretaron a Arthur, y que todo el tiempo Joker solo fue una fantasía idealizada, proyectada en el mecanismo de defensa de un hombre enfermo mental y vulnerable.

Arthur Fleck nunca iba a ser el Joker, solo un Joker, momentáneamente.

Y, con el final abrupto y trágico que nos dieron, nosotros la audiencia nos quedamos sin un cierre emocional, insatisfechos y sin esperanza, exactamente como murió; pintando un panorama realista de vidas como las de él.

Es difícil decir con exactitud si la interpretación de Joaquín Phoenix en esta cinta fue tan buena como en la última, porque, aunque continuó donde había dejado el personaje y generalmente volvió a personificar la esencia de Arthur Fleck/Joker que había establecido, algo pareció un poco fuera de lugar.

Personalmente siento como si la intensidad y profundidad de los matices del personaje fueron un poco opacadas, pero solo al punto donde no es notorio si te estás enfocando más en otras cosas.

Ese pequeño cambio me separó un poco de la experiencia, pero objetivamente sigue siendo una buena interpretación.

Mientras tanto (y contrario lo que parece ser la opinión popular), creo que Gaga hizo un buen trabajo con el material que le dieron, y fue la mejor elección posible para esta variante de Harley Quinn. Trajo consigo un muy necesitado aire de ambigüedad oscura y malicia sutil, a lo que de lo contrario hubiera sido un papel un tanto superficial.

A pesar de esto y por desgracia, el personaje se quedó corto en su desarrollo y potencial.

 

Por su parte, la forma en que abordaron los números musicales ciertamente perjudicó la exposición de la trama, y la calidad del filme en general; en vez de beneficiarlo.

Como mencionamos anteriormente, esto es una pena pues esta era la oportunidad perfecta para que Todd Philips usara un medio artístico así, no solo para impulsar la no-precisamente-necesaria película y hacerla algo que valga la pena ver; sino sacar provecho de la libertad creativa que había ganado con el éxito de la primera entrega y probarse más a sí mismo como cineasta; estableciendo su rango y estilo personal.

Tristemente este aspecto no resultó así.

De hecho, nada de su musicalidad, al contrario de la anterior donde la música fue uno de sus puntos más fuertes, aún sin ser un musical.

En esta, la banda sonora se sintió perezosamente reciclada en vez de referenciada con propósito, y el soundtrack y segmentos musicales a su vez se sintieron rígidos y pretenciosos, como si la película se tomara a sí misma demasiado en serio en sus aspectos estilísticos– causando un contraste exagerado entre la planeada sensación orgánica de las canciones (a través de la entrega en vivo de lyrics), y la narrativa auto-consciente en general; fue muy disonante.

Las secuencias musicales fueron también, simplemente explotadas– ambas en cantidad y propósito (o su falta de), porque si bien su colocación fue probablemente estratégicamente escogida para sentirse aleatoria y extraña (la mayoría de estos momentos son alucinaciones); muchas de ellas no movieron la historia hacia adelante de ninguna manera, ni se sintieron impactantes como debieron.

En vez de exitosamente tornar la trama relativamente sencilla a algo más grande y ayudar al espectador a ver las cosas tan abstractas y dramáticas como los personajes; la mayoría de ello se entiende como nada más que relleno e interpretaciones algo vacías.

Al menos, la cinematografía se mantuvo tan buena y pulida como en la primera película. Como previamente, fue filmada de manera que evoca un look de fotografía analógica de los 70s.

Cada toma trajo de regreso la atmósfera que habíamos llegado a conocer; con sus colores memorables, contraste alto, sombras oscuras y paralelismo visual que aporta al realismo sucio de caracteriza a estas cintas.

En general, es entendible por qué algunas personas pueden haberse sentido engañadas por cómo estas fueron presentadas como películas de Joker, y por consiguiente decepcionadas por la resolución de la historia.

Quizás esto se debe principalmente a que los consumidores casuales (quienes conforman la mayoría de las audiencias) no son expuestos en promedio a mucha información sobre cine excepto las películas mismas, además de lo que describimos aquí; donde incluso aquellos más enterados sobre cosas de detrás de escenas aún tienen la idea equivocada.

Muchas veces, también depende de si alguien es o no es parte del público objetivo, ya que no todo va a tener impacto con todo el mundo.

No obstante, es un hecho que el Joker de Todd Philips siempre fue un proyecto personal e independiente con propósitos alternativos: aprovechar la figura popular y exitosa que es Joker para representar temas, que, de lo contrario son grandemente ignorados por las masas; y darles un cierto nivel de visibilidad.

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