Memorias de un Criminalista: El cuarto obscuro
Memorias de un Criminalista: El cuarto obscuro.
Por Alfredo Perez
Un laboratorio de criminalística es una organización científica que tiene una misión altamente delicada basada en la ayuda que proporciona al proceso de justicia. Por consecuencia responde a todas interrogantes vitales sobre un crimen que ha sido cometido y se investiga. Dicho sea de ora manera un laboratorio de criminalística busca soluciones por medio del análisis científico de cualquier indicio que proviene de una fuente de información.
De esta manera el laboratorio de criminalística e identificación de la policía en Baja California correspondiente a la década de los ochenta estaba integrado por las secciones o divisiones de dactiloscopia, archivo, química forense, balística forense, medicina legal, criminalística de campo, retrato hablado y fotografía forense.
Conforme pasaron los años el laboratorio se convirtió en una Dirección de Servicios Periciales y con ello se pasó a la profesionalización de los servidores públicos y ampliación de mayores servicios entre 1986-1988.
La oficina destinada como laboratorio de fotografía forense no media más de cinco por cinco metros cuadrados, estaba dividida por un muro construido en base de madera triplay que tenía una puerta la cual se deslizaba entre sí para tener acceso a la otra mitad del cuarto destinado como cuarto obscuro o revelado fotográfico.
Conocimos por primera vez el laboratorio de fotografía forense en Tijuana, luego del breve recorrido realizado en 1987 cuando los detectives Alfredo Pérez Osorio y Omar Orta Rodríguez nos presentarían la gran cantidad de rollos fotográficos que debían ser revelados por el recluta o quien deseaba convertirse en criminalista. No había excusas, no había pretextos. Le interesa aprender? pregunto el detective Orta al recluta que era acompañado por su padre quien contaba con amplia experiencia en fotografía y que fue contratado por allá en 1975 para convertirse en el fotógrafo de la policía y del laboratorio de criminalística e identificación.
La respuesta fue “si señor”.
Cada rollo fotográfico tenía en su película por lo menos entre 24 y 36 exposiciones las cuales tenían que ser sometidas a los reactivos químicos como revelador y fijador para posteriormente ser amplificados e impresos en papel fotográfico para blanco y negro de tamaño 4 por 6 pulgadas o 5 por 7 pulgadas.
Mientras su servidor, entiéndase como recluta, porque así te lo hacían sentir todos los días para medir tu grado de tolerancia e interés por el trabajo, revelaba cantidades y cantidades de rollos en un cuarto obscuro con tan solo el acompañamiento de la luz roja que permitía maniobrar los objetos evitando en todo momento algún riesgo de filtración de luz ambiental, pues lastimarías la película o revelado y quedaría inservibles.
Debías aprender el revelado e impresión con los ojos cerrados contando cada segundo que transcurría como cuando los policías o militares realizan los entrenamientos del arme y desarme de cada una de las piezas de las armas de fuego durante la preparación en la academia y que además contaban los segundos para hacerlo en el menor tiempo posible. Así era el requisito.
Después de imprimir miles de fotografías de los diversos ángulos de escenas de crímenes que eran investigadas en esa década, fotografías de delincuentes, indicios, evidencias, lugares y personas sometidas a dispositivos de vigilancia, se empezaron a generar los productos y resultados favorables.
Por ejemplo, fue en ese sitio, donde revelamos la primera fotografía en blanco y negro correspondiente al fragmento de una huella dactilar encontrada en una cinta adhesiva que se encontraba colocada en el rostro del cadáver de una mujer abandonada en un lote baldío en Tijuana. Esta evidencia posteriormente sería utilizada en un juicio en Estados Unidos.
La evidencia fue sometida a la prueba del cianoacrilato de éter o también conocida como técnica del adhesivo ColaLoca, montada por vez primera en Baja California por el químico Miguel Pallares con quien todos los días compartíamos el café e intercambiamos opiniones sobre libros y películas para que la guardia o rol de trabajo fuera menos pesada.
El “químico” como lo conocían los policías y detectives de la década de los ochenta, decidió realizar la primer prueba que permitía adherir los vapores que provienen de un compuesto químico expuesto a la alta temperatura, adherirse a superficies rugosas como la cinta adhesiva de color gris que estaba colocada en el rostro de la víctima, encontrada en el interior de una bolsa para dormir en un terreno baldío como los que existían mucho en aquella década en la ciudad de Tijuana.
El cadáver de la mujer identificada por los agentes de enlace de Estados Unidos, como una mujer de origen asiático que tenía reporte de extravío, pudo ser identificado por las huellas dactilares que logramos obtener en el servicio médico forense donde el jefe en aquel entonces era el Dr. Gustavo Salazar Fernández.
El caso era complejo debido a que el reporte de localización y extravío había sido registrado en California y se presumía por las autoridades extranjeras que la víctima podía haber sido asesinada en Estados Unidos sin contar con más información.
El asesino traslado el cuerpo de la víctima a Tijuana en la cajuela de su vehículo y en el interior de una bolsa para dormir, la mujer se encontraba completamente desnuda y solo tenía adherido a su rostro lo que al parecer podía ser una máscara hecha con cinta adhesiva, la misma presentaba dos diminutos orificio que coincidían con los orificios de las fosas nasales y otros dos a la altura de los ojos de la víctima. Se trataba de un modus operandi donde el agresor sometió a la víctima y controlo en todo momento la vida de la víctima permitiéndole verlo y mostrar su poder sobre ella, comentamos el químico Pallares y su servidor.
Las autoridades extranjeras ya lo relacionaban y solo faltaba una evidencia contundente para detenerlo, algo que pudiera situarlo en el hecho criminal. No había cámaras de vigilancia como las que ahora existen en la aduanas o como en las principales vialidades de la ciudad
Debido al éxito del revelado de la prueba a pesar de las limitaciones de equipo que prevalecían en esos años, es de reconocerse que se tuvo que realizar el montaje del analisis con el uso de una pecera, papel aluminio y una hornilla para calentar el café.
El fragmento pudo ser localizado y fijado fotográficamente. Casi de manera inmediata el cuarto obscuro se convirtió en la antesala de espera de cuatro detectives de Estados Unidos y otros cuatro de Baja California quienes esperaban ansiosos y fumaban cigarrillo tras cigarrillo con la esperanza de que el recluta o aprendiz asignado al cuarto obscuro, pudiera salir con una fotografía bien lograda, clara, precisa y, exacta que les permitiera identificar al asesino y así fue.
Miles de fotografías en blanco y negro fueron reveladas e impresas en el cuarto obscuro del laboratorio fotográfico pero ninguna tan esperada como la del fragmento dactilar ampliada en un formato ocho por diez pulgadas e impresa en blanco y negro porque aún no existía la fotografía a color mucho menos la digital y los mágicos filtros, pero, gracias a la tenacidad y perseverancia de lo principales actores en la investigación criminal, se obtuvo una imagen en alto contraste que permitía distinguir con claridad las principales características morfológicas, los surcos y las crestas de la huella dactilar del asesino de aquella mujer.