Cierra otro icono histórico capitalino

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Roberto Fuentes Vivar

Murió como la mayoría de los fallecidos por Coronavirus: en silencio, sin sepelio, ni funeral.

Fue un sitio icónico de la segunda mitad del siglo pasado: el Sanborns San Ángel, ubicado en la esquina de Insurgentes y avenida La Paz. Ya no abrirá ¿se lo llevó el COVID-19?

Llegó a ser un punto de encuentro más importante que el Parque de enfrente, el de la Bombilla, que precisamente se llamaba así por un restaurante que hace 100 años era considerado como un sitio gastronómico campestre. Ahí llegaban miles de mexicanos movidos por el morbo para ver el brazo de Álvaro Obregón flotando en formol que fue expuesto durante 74 años.

Enfrente, se construyó, presumiblemente en 1962, el Sanborns San Ángel.

Hoy ya quitaron del inmueble el letrero de Sanborns.

El interior está desmantelado.

Y los tecolotes que lo caracterizaron volaron hacia otras latitudes,

Ya no volverá abrir y los vecinos, desde los valet parkings, hasta el vendedor de periódicos ubicado en la acera, casi enfrente de la puerta, muestran incertidumbre. No saben qué va a pasar. Lo único cierto, dicen es que “Sanborns San Ángel ya cerró para siempre”.

Fue, por lo menos para mí, uno de los cuatro Sanborns icónicos de la ciudad de México, junto con el de los Azulejos, el del ángel de la Independencia y el de Lafragua. De ellos, tres han cerrado sus puertas definitivamente y sólo queda el más conocido de todos, el de la foto de Zapata y Villa, en el centro histórico.

Pero el de San Ángel tenía su propia historia, no escrita hasta ahora.

Por su escalera central, para subir de la planta baja al primer piso, desfilaron políticos, presidentes, legisladores, artistas plásticos, músicos, escritores, personajes de la farándula, líderes obreros, dirigentes estudiantiles, rectores, trabajadores, obreros, y hasta vecinos de San Ángel que a veces pasaban a los baños cuando les ganaban las ganas y era urgente orinar.

En sus mesas se desplegaron documentos que dieron paso a los grandes movimientos políticos y sociales de las últimas seis décadas.

Ahí se gestaron consignas mexicanas escuchadas durante el movimiento de 1968. Miembros del Consejo Nacional de Huelga, maestros y estudiantes universitarios se reunieron en ese punto de encuentro para planear estrategias y elaborar documentos que trascendieron su tiempo.

Ahí también se dieron cita -al igual que en el Sanborns del Ángel- luchadoras por los derechos de las mujeres, defensores de causas justas (y hasta de causas perdidas), homosexuales que sentían allí un lugar propio para exponer sus preferencias, colonos que encontraron dentro de ese espacio un lugar para planear sus demandas urbanas

Ahí también, a principios (¿o sería a mediados?) de los setentas se reunían “damas de la sociedad” que se prostituían, según uno de los primeros grandes reportajes del periodista Raymundo Riva Palacio. Fue un escándalo que tuvo precisamente como sede el bar de Sanborns de San Ángel.

Ahí se vieron las manos de muchos muralistas mexicanos que en algún momento de su vida desayunaron, comieron, bebieron o simplemente tomaron un café en Insurgentes Sur 2105, lo mismo que casi todos los grandes pintores mexicanos de la segunda mitad del siglo pasado. Incluso, ahí José Luis Cuevas pasó muchas horas cuando era el enfant terrible de la plástica nacional, hace ya seis décadas.

Ahí, en los ochentas, se reunieron los miembros del Consejo Estudiantil Universitario (CEU), para revivir el movimiento que había abortado en 1971, luego del halconazo. En sus mesas gestaron las estrategias para frenar la reforma universitaria en 1986. De ahí partieron hacia Ciudad Universitaria en muchas ocasiones los jóvenes que renovaron ilusiones.

Ahí comenzaron a gestarse políticos que dieron origen a la unificación de la izquierda en México y más tarde fueron dirigentes del Partido de la Revolución Democrática, en los años ochentas.

Ahí pasaron muchas tardes algunos de los miembros del grupo San Ángel, antes o después de las reuniones que sostuvieron en la casa de Jorge Castañeda, para intentar cohesionarse, durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, con miras a las elecciones de 1994.

Ahí se reunieron también panistas que en su momento apoyaron a Manuel J. Clouthier o a Diego Fernández de Cevallos… o a muchos otros candidatos de Acción Nacional a puestos de elección popular en la capital del país.

Ahí se reunieron también priistas durante décadas para planear sexenios enteros, a través de su famoso Instituto de Estudios Políticos y Sociales (IEPES) que llevó a México de la mano del desarrollo estabilizador, al neoliberalismo.

Ahí, los principales escritores mexicanos contemporáneos estuvieron el alguna ocasión, desde los del boom latinoamericano, hasta los del llamado crack, pasando por algunos infrarrealistas y, desde luego, los de la onda, como Parménides García Saldaña o Gustavo Sáinz. De hecho puede decirse que sus pisos huelen a literatura y a artes plásticas.

Ahí, también se vio al actual presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, acompañado de quienes crearon quizá el más importante de los grupos políticos de este inicio de siglo, cuando apenas pensaban crear el Movimiento de Regeneración Nacional.

Por sus escaleras centrales y por sus sillas pasaron todos (o casi todos) los personajes importantes de la segunda mitad del siglo XX y de las primeras dos décadas del XXI: Por eso, ahí olía a historia y dicen que podían verse algunos fantasmas de comensales. Lástima que hoy, ya desmantelado desapareció el sabor de los movimientos sociales más importantes de más de 100 lustros, para dar paso al aroma del polvo y del concreto.

Hoy, huele y sabe a olvido.

¿Cuántos intelectuales, maestros universitarios, estudiantes, obreros, en sus épocas de vacas flacas no leyeron (o hasta robaron) un libro en Sanborns San Ángel? ¿Cuántos no pasaron horas sentados ante una taza de café, ante la mirada molesta de la mesera que esperaba impaciente su retirada? ¿Cuántos universitarios no acudieron a sus baños, siempre buenos anfitriones? ¿Cuántas historias no se quedaron en sus paredes?

Decía Carlos Monsiváis, según el libro sobre los 100 años del restaurante (o tienda) de los tecolotes: “Sanborns no era un café más, era el café a donde iba todo el México institucional a desayunar. Recuerdo haber visto a Novo, a López Mateos, a Tamayo… Sanborns representaba la combinación de un México que quiso americanizarse con el México de las instituciones. Era un sitio de encuentro con atmósfera de respetabilidad”. Así fue Sanborns de San Ángel

Personalmente las dos últimas veces que estuve ahí fue, en una ocasión, para planear un gran reportaje de Guatemala que publiqué hace dos años. La otra porque de ahí partimos, el año pasado, varios amigos para salir a Cuernavaca y despedirnos, para siempre, del amigo periodista Octavio Raziel.

Sanborns San Ángel murió sin esquela, sin obituario, sin sepelio… sin nota necrológica.

¡Adiós!

Dice el filósofo del metro: Frente a la estación La Bombilla del Metrobús Insurgentes, me quito el sombrero en señal de duelo.

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