Mansos y solidarios
Por Francisco Ruiz*
Desde 2005, la Asamblea General de la ONU declaró el 20 de diciembre de cada año, como el Día de la Solidaridad Humana. La solidaridad es una palabra demasiado compleja, por lo que, enfrascarse en elucubraciones nos condenaría a una situación sin final. Por eso, como diría Carlos Salinas: «seremos pragmáticos, pero tenemos valores”. La solidaridad es definida como una “Adhesión circunstancial a una causa”, va más allá del acto mismo de unirse, lo realmente trascendente es la causa, motivo, razón o circunstancia (recordando al profesor Jirafales).
Gran parte de los mexicanos aún recordamos aquella “peculiar” elección presidencial de 1976, que se caracterizó por tener a un solo candidato en la boleta. En su momento, se señaló, reprobó y acusó, pero, luego de esa penosa circunstancia, pudo valorarse la causa, una que nos permitió dar un gran salto en la vida democrática de México: la Reforma Política de 1977, promovida por Jesús Reyes Heroles. Don Chucho impulsó una reforma que, de alguna manera y en cierta medida, reparara el daño causado. Así, las minorías finalmente conquistaron el derecho a tener voz y voto en la Cámara de Diputados.
Años más tarde, ocurriría otra elección presidencial bajo sospecha. El resultado permitió a Carlos Salinas de Gortari imponerse la banda presidencial. Con ese “tropiezo”, vendrían las verdaderas causas: la apertura comercial, la estabilidad económica y el compromiso con la sociedad. Actos que requirieron de la solidaridad nacional, en torno a una transición nada sencilla.
El modelo fue bautizado por su propio autor como “Liberalismo social”. Este nombre no pegaría entre la opinión pública, tal vez por eso el presidente López Obrador ha dedicado casi toda su vida pública a denostarlo, solo que con el nombre de “neoliberalismo”.
En palabras de David Harvey, el neoliberalismo “busca promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo dentro del marco institucional”. Para ello, el Estado debe “crear y preservar el marco institucional apropiado para el desarrollo de estas prácticas”. Es decir, el gobierno debe generar las condiciones y supervisar el desarrollo de las actividades. Debe ser un árbitro, más no un jugador.
Por eso, en México se dio un viraje a las directrices políticas, económicas y sociales implementadas por el gobierno. Así, al inicio de los 90 se creó el Programa Nacional de Solidaridad (PRONASOL), la versión original de lo que después sería Progresa, Oportunidades, Vivir Mejor, Próspera y -hoy- Bienestar. Funcionó tan bien, que el propio López Obrador quiso borrar su origen sustituyendo el nombre de la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL) por el de Secretaría de Bienestar. Como si con eso eliminara el éxito de dichas políticas públicas.
Sin embargo, le ha funcionado tanto que ha anunciado como novedades programas como los créditos a la palabra, los cuales, por cierto, originalmente se incluyeron en el “Programa Ranchero” en el Estado de México hace 50 años, durante la gubernatura de Carlos Hank González.
Ha sido tanto el provecho de las estrategias populistas y el rechazo al neoliberalismo que, incluso, el propio partido que lo introdujo en México está rechazando. Y, mientras, por un lado, el tricolor intentó apropiarse del apellido Colosio, por otro negó, como Pedro a Cristo, al neoliberalismo, todo en una misma semana. De nuevo, el presidente López Obrador, los toreó en sus terrenos y ellos siguieron mansos el engaño.
Post scriptum: “La democracia no es un acto que se agote en un evento, sino que se construye día a día”, Carlos Salinas de Gortari.
* El autor es candidato a doctor en Derecho Electoral y asociado individual del Instituto Nacional de Administración Pública.
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